Un ejército de ciegos marcha por la calle.
La noche avanza sobre tu cuerpo
donde guardo mis pecados más preciados.
donde guardo mis pecados más preciados.
Tus piernas y brazos son los cirios que custodian mi féretro.
Un alacrán con los ojos en llamas
muerde este cerebro sin religión aparente.
muerde este cerebro sin religión aparente.
El tiempo es un payaso que ya no me hace reír.
Sombra, solo sombra en un espejo sin líneas.
Cada rostro busca el cuerpo al que pertenece.
Vivo mi muerte en cada espacio del tuyo.
El reloj orina cada media hora.
Desde la ventana observo esta patética estructura
que con su lengua succiona cada uno de tus poros
hasta que las luz nos despierta
saciada de imágenes absurdas.
saciada de imágenes absurdas.
Y otra vez el año y el año siguiente
después del año que le continúa
después del año que le continúa
y el beso siempre dispuesto a suicidarse
en los límites del carmesí.
en los límites del carmesí.
Mientras, me escondo en los túneles de tus venas
y los pájaros rama sobrevuelan el paraíso de tus senos.
Una cascada de saliva pende sobre mi barba
de treinta y tres años antes de Cristo.
de treinta y tres años antes de Cristo.
Los ciegos forman un ejército que corre río arriba por la calle.
Uno tras otro cae sobre el siguiente y viceversa en flanco derecho
hasta perderse en un galope de crines de silencio azabache.
A través de la ventana observas este cuerpo apolillado
que se desmorona como los muebles.
Desde entonces ya no les prestó a mis amigos
las fotografías de la muerte desnuda
las fotografías de la muerte desnuda
porque nunca las regresan.
Autor: José Antonio Gil Montoya
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